Queridos hermanos y hermanas, buenas tardes.
Saludo a todos los presentes y les agradezco su participación en este Encuentro que aborda la problemática del derecho humano al agua y la exigencia de políticas públicas que puedan afrontar esta realidad. Es significativo que ustedes se unan para aportar su saber y sus medios con el fin de dar una respuesta a esta necesidad y a esta problemática que vive el hombre de hoy.
Como leemos en el libro del Génesis, el agua está en el comienzo de todas las cosas (cf. Gn 1,2); es «criatura útil, casta y humilde», fuente de la vida y de la fecundidad (cf. San Francisco de Asís, Cántico de las Criaturas). Por eso, la cuestión que ustedes tratan no es marginal, sino fundamental y muy urgente. Fundamental, porque donde hay agua hay vida, y entonces puede surgir y avanzar la sociedad. Y es urgente porque nuestra casa común necesita protección y, además, asumir que no toda agua es vida: sólo el agua segura y de calidad, siguiendo con la figura de san Francisco: el agua «que sirve con humildad», el agua «casta», no contaminada.
El derecho al agua es determinante para la sobrevivencia de las personas (cf. ibíd, 30) y decide el futuro de la humanidad. Es prioritario también educar a las próximas generaciones sobre la gravedad de esta realidad. La formación de la conciencia es una tarea ardua; precisa convicción y entrega. Y yo me pregunto si en medio de esta «tercera guerra mundial a pedacitos» que estamos viviendo, no estamos en camino hacia la gran guerra mundial por el agua.
Las cifras que las Naciones Unidas revelan son desgarradoras y no nos pueden dejar indiferentes: cada día mil niños mueren a causa de enfermedades relacionadas con el agua; millones de personas consumen agua contaminada. Estos datos son muy graves; se debe frenar e invertir esta situación. No es tarde, pero es urgente tomar conciencia de la necesidad del agua y de su valor esencial para el bien de la humanidad.
El respeto del agua es condición para el ejercicio de los demás derechos humanos (cf. ibíd., 30). Si acatamos este derecho como fundamental, estaremos poniendo las bases para proteger los demás derechos. Pero si nos saltamos este derecho básico, ¿cómo vamos a ser capaces de velar y luchar por los demás? En este compromiso de dar al agua el puesto que le corresponde, hace falta una cultura del cuidado (cf. ibíd., 231) —parece una cosa poética y, bueno, la Creación es una «poiesis», esta cultura del cuidado que es creativa— y además fomentar una cultura del encuentro, en la que se unan en una causa común todas las fuerzas necesarias de científicos y empresarios, gobernantes y políticos. Es preciso unir todas nuestras voces en una misma causa; ya no serán voces individuales o aisladas, sino el grito del hermano que clama a través nuestro, es el grito de la tierra que pide el respecto y el compartir responsablemente de un bien, que es de todos. En esta cultura del encuentro, es imprescindible la acción de cada Estado como garante del acceso universal al agua segura y de calidad.
Muchas gracias.